viernes, 6 de febrero de 2009

PEGASO Z-102


La industria automovilística española recobró el pulso con la aparición del veloz deportivo, que se convirtió rápidamente en un hito de nuestra automoción. Foto: Museo de Automoción de Salamanca e IVECO.

A LOMOS DE UN CABALLO ALADO

Posguerra en España. Nuestro país vive uno de los momentos más delicados de su historia. El Instituto Nacional de Industria trata de reflotar la economía, lastrada por enfrentamiento bélico, mediante la creación de nuevas empresas. Surgen compañías como ENASA, nacida a partir de la conocida Hipano-Suiza, de la que se traspasaron tanto sus instalaciones como su actividad industrial. En 1946 Wilfredo Pelayo Ricart asume el departamento de automoción de la incipiente empresa. Éste ingeniero nacido en Barcelona había trabajado en Alfa Romeo donde acumuló la experiencia necesaria para crear uno de los deportivos más rápidos del momento. Al mismo tiempo, sus enseñanzas sirven para revitalizar la industria con nuevos valores. Ricart crea el Pegaso Z-102, un automóvil nacido con el ambicioso propósito de poner en el mapa internacional a la mermada industria automovilística patria. El primer prototipo se presenta en el Salón de París de 1951. En una entrevista a la revista The Autocar, el ingeniero catalán describe en una frase el afán de su creación : «Somos un país pobre por lo tanto hemos de hacer joyas para los ricos». Se introducen los mayores adelantos técnicos de la época incluyendo tecnología de la más alta competición a un vehículo de carretera. Su diseño y la calidad de sus acabados, propios de un constructor de primer nivel, sorprenden al conjunto de la industria. El deportivo se fabrica con cuatro tipos de carrocerías y destaca por su capacidad motora. Llega a alcanzar los 234 kilómetros por hora, batiendo marcas de velocidad que ostentaban firmas del prestigio de Jaguar. Todos los Pegaso destacaron por su rapidez, con una potencia que discurría entre los 138 hasta los 270 caballos del motor V8 de 3,5 litros. Del ingenio de Ricart había surgido el deportivo de carretera más raudo del momento. Por contra, también era un auto apto para los pocos bolsillos adinerados de la época. Sus propietarios, tras abonar el equivalente a 15.000 dólares de entonces, esperaban largos meses hasta recibir el vehículo con tres años de garantía. Y si veloz era el vehículo, igual de fugaz fue su permanencia en la cadena de montaje de las instalaciones del barrio barcelonés de La Sagrera. Seis años después de su alumbramiento, en 1957, cesaba la producción del pura sangre, acuciado por las circunstancias políticas y económicas que atravesaba nuestro país.

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